Cuando llegue a casa esa noche mientras mi esposa
servía la cena, la tome de la mano y le dije: tengo algo que decirte. Solo se
sentó a comer en silencio. Yo podía observar el dolor en sus ojos.
De pronto ya no sabía cómo abrir mi boca. Pero
tenía que decirle lo que pensaba. Quiero el divorcio……le dije lo más suave que
pude.
Mis palabras parecieron no molestarle. Al
contrario, muy tranquilamente me pregunto, ¿por qué?
Evite su pregunta con mi silencio, esto le hizo enfurecer.
Tiro los utensilios y me grito, ¡no pareces hombre! Esa noche, ya no hablamos
más. Ella lloraba en silencio. Yo sabía que quería saber que le había pasado a
nuestro matrimonio. Pero yo no hubiera podido darle una respuesta
satisfactoria. Mi corazón ahora le pertenecía a Eloísa. Ya no la amaba, solo me
daba lástima.
Con un gran sentido de culpa, redacte un acuerdo de
divorcio en el que le daba nuestra casa, nuestro auto y un 30% de las acciones
de mi empresa
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